En las organizaciones de trabajo (empresas) más o menos
grandes hay siempre un gran secretismo: yo sé, tú no sabes, esto no se lo digas
a tal persona, esto sí lo puedes decir, etc. Estas situaciones se llevan al
extremo incluyendo incluso a las partes más bajas del organigrama, como si
alguno de ellos tuviera el poder de cambiar o influir en alguna de las decisiones
empresariales que se plantean o toman.
Este sinsentido llega incluso a modificar, enrarecer y en
algunos casos a anular las relaciones entre los compañeros de esa parte baja
del organigrama al que me refería antes. Les cuentan un secreto y lo mantienen
para ellos mismos sin compartirlo con sus compañeros de mesa, café y comida, es
decir, con los compañeros que más relación tienen. Se piensan que con ese dato
ellos son más fuertes o importantes. Si no, no se entiende.
Así ha pasado estos días en la empresa para la que trabajo:
han despedido (o llegado a un acuerdo como gusta de decir ahora) a uno que casi
todos estábamos hasta la coronilla de él y todavía no se ha comentado ni una
sola palabra diciendo lo típico “No me extraña”, “Era de cajón que más tarde o
más temprano pasaría”, etc. Pues nada, cada uno a su bola, que así nos luce el
pelo.
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