Qué
bien cuando llega el verano y podemos disfrutar de la playa. Todo un largo
invierno esperando el momento de remojarnos un rato para apaciguar el duro
calor de los meses de verano.
Cuando
llegas a la playa localizas el lugar donde ponerte pensando en que ese es el
mejor de los que queda. Y estas contento con el sitio hasta que empieza a venir
la gente “tardía” queriendo ponerse en el sitio que había libre hace 2 horas
pero en el que ahora queda ese escaso par de metros hasta el vecino. Tú
empiezas a pensar: “pero muchacho, ¿no ves que no cabes ahí?”. Siempre piensas
que se dará cuenta y que no se embutirá ahí pero no se da cuenta y lo hace. Así
que sólo te queda el remedio de estirarte al máximo para intentar que su toalla
no llegue a tocarse con la tuya.
Ese
es un posible ataque. Otro es el del que planta la sombrilla tan cerca que
incluso cuando el sol está arriba del todo su sombra te tapa. Y eso no es lo
peor; lo peor es cuando ves que él se pone al sol y no utiliza la sombrilla en
absoluto.
Las
sombrillas también se pueden convertir en un elemento peligroso. Qué mala es la
combinación de sombrilla mal plantada y un poco de viento. Esa sombrilla que
vuela y que cualquier día se clavará en la espalda de algún despistado que toma
el sol. El colmo de este suceso es que se vuele tu sombrilla cuando estés en el
agua y necesites un buen rato para salir ya que con los nervios no eres capaz
de acompasar respiración y brazadas para nadar y piensas: “para qué coño hice
los cursillos de natación”.
Otra
cosa que mola es la sombrilla – antena parabólica.
Me refiero a esa sombrilla que se da la vuelta cuando sopla un poco de aire. Es
ridículo.
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